lunes, 3 de febrero de 2014

Grabación del homenaje a Luis Alberto Spinetta

No quiero arrancar con detalles personales si prometí una descripción técnica, pero es imposible para mí una mínima introducción privada en lo que a este asunto se refiere.

La música de Luis Alberto Spinetta entró en mi vida cuando tenía apenas 14 años (menos de la mitad de lo que tengo ahora...). El impacto que tuvo fue el mismo que cuando conocí a los Beatles a los 7 años, y esto es mucho decir. A partir de ahí, el camino submarino dentro de su obra, y digo submarino porque su obra es un océano fantástico donde habita la flora y la fauna de todos los mares de la canción (si si, esto es lo que pienso realmente y en pleno uso de mis facultades, sin desbordes físicoquímicos bah) es un hábito que me acompañará toda la vida.

La forma de su muerte me pegó duro pero entendí (o creo que entendí) que realmente se convirtió de manera física en lo que realmentes es: alguien de otro plano, de otro calibre, tanto en lo humano como en lo artesano. En paralelo, hice amigos que de alguna manera vieron esto también. Uno de ellos, Alejandro Volponi, fue el artífice por el cual un tipo como el Mono Fontana confió en mí, y luego Dylan Martí (la entrega del master en su casa, donde Luis hizo tantas cosas, fue algo extraordinario que atesoraré toda la vida) y luego Tweety Gonzalez. Ymás: con la ayuda puntual de Pablo Caminos, Martín Russo,  Martín Herrero y Ezequiel Díaz, se hizo posible. Menciono a toda esta gente porque también están incluidos en este sector de gente que valora de esta forma a la figura de Luis Alberto Spinetta.

Bien, ahora sí, a los bifes técnicos.

24 canales de grabación, los 24 del escenario, directamente desde un split. En un contexto para nada estándar: los ajustes más o menos fijos de un rider convencional no existían, los músicos entraron y salieron del escenario cambiando instrumentanción (inclusive la batería, no el instrumento en sí, pero si la disposición de membranas y placas). Sabiendo obviamente de antemano el rol de cada micrófono y línea en el escenario, una indentifación visual rápida en relación a las conexiones en la manguera fue necesaria para saber de antemano de qué se trataba lo que estaba llegando, porque antes que un PFL o cualquier otro tipo de lectura de picómetros, si no sabés un poco cómo viene la mano "se te prende fuego el rancho".  Obviamente actué contemplando un headroom importante para las señales (20 dB más o menos), y eso que a lo mejor la calidad de la preamplificación no era excelsa (aunque buena.... este equipamiento fué lo que se consiguió en esfuerzo compartido entre Dylan-Tweety, el staff de la Biblioteca y yo: dos mezcladores Allen & Heath MixWizard, más la manguera de escenario). Saliendo de los mezcladores con señal analógica obviamente, entré a un Alesis HD24 donde además de grabar directo a disco rígido en tiempo real mandé por tres fibras ópticas vía ADAT las 24 señales a una MOTU24-8 (la clásica, la original, gentileza del maese Martín Herrero, que me dió una mano además una vez comenzando el show perilleando los preamps) y de ahí a una computadora con un DAW, donde busqué inicialmente ese headroom en sus picómetros digitales, no en la etapa analógica de los mezcladores (¡lo importante es lo que se graba!). El sincronismo interno dentro de la computadora la definió como dispositivo maestro mandando vía ADAT también las configuraciones de frecuencia de muestro, resolución y posición al HD24, definido como esclavo (sincronía externa). De esta manera realicé dos grabaciones clonadas en simultáneo de un único grupo de entradas, con el objetivo de estar "cubierto" (redundancia a fallos) además de confiar un poco más en los picómetros del DAW en cuestión (por conocerlos, no por tener una elevada opinión sobre ellos) en relación a los del HD24, un aparato con el que nunca había trabajado.

¿Y la sala? Tweety González en la previa me había mencionado que llevaba un par de Crown PZM, pero yo por las dudas llevé dos Shure BG-4.1, par que terminó saliendo a la cancha porque los PZM no estuvieron. A la hora de resolver, como me había entusiasmado la idea los PZM, probé primero un par espaciado haciendo funcionar a estos micrófonos como pseudos-PZM (son tan similares a los SM81 que generan el mismo efecto) poniéndolos a medio centímetro de la superficie lisa y dura que te plazca... o que se pueda. Como se dió esto último, la madera de la cual estaba hecha la baranda de finalización del tope de la sala, no me terminó dando un resultado interesante en la prueba (resonancias fuleras, digamos), así que los hice trabajar como cardioides a noventa grados, sin prestar atención al ángulo de inclinación de la sala. Muy muy bien quedaron las tomas con esto, pero fué arriesgado porque no lo pude probar, salimos así al show y resultó.

Es fundamental en este tipo de grabaciones tener un buen room, no solamente por la lógica de los aplausos y eso sino también por la mezcla natural que logra a la hora de integrar todo con las señales directas. Es muy difícil lograr eso con ambiencias artificiales, por lo menos para mí.

Más allá de la emotividad mencionada, y obviamente lo que se produjo en esos niveles emocionales en la sala, escuchando en casa sin mezclar mucho salen dos cosas a la luz: la tremenda calidad de la música, el alucinante trabajo del Mono Fontana armando este poema sinfónico Spinetteano, y la ejecución de todos esos maestros juntos entrando y saliendo. Esto hace que suene todo inmejorable a mis oídos. No tengo mucho agregar después de este párrafo.


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